En los últimos años España ha sido un país receptor de emigrantes. Millones de personas procedentes de otros países llegaban al nuestro con la esperanza de mejorar el nivel de vida que tenían en sus lugares de origen. Una economía pujante y con crecimientos sostenidos creaba puestos de trabajo, con papeles y sin papeles, y los inmigrantes veían cumplidas sus expectativas y recompensado su esfuerzo. La situación ha cambiado radicalmente, el paro crece cada mes y ni siquiera los pronósticos más optimistas consiguen ver el final de este proceso. En este cambio de ciclo económico, el colectivo de inmigrantes es de los más afectados, pues su tasa de desempleo prácticamente duplica la de los nativos.
Aunque la emigración forma parte de la historia de la humanidad, pocas personas dejan su país de origen para vivir en otros si no median circunstancia de necesidad económica o estímulos profesionales que lo justifiquen. El exilio, pues de un exilio se trata aunque sea voluntario, implica cambios de costumbres, dolorosas separaciones familiares y procesos de adaptación a menudo muy duros y complejos. La añoranza y el extrañamiento pasan a formar parte de la vida cotidiana del inmigrante, y esta situación es soportable cuando las necesidades económicas y la posibilidad de construir un futuro en otro país son realidad. Las remesas de dinero que los emigrantes conseguían enviar a sus familias justificaban todos los sacrificios, pero la crisis económica y el rampante desempleo que se padece en España han cambiado el panorama y han disipado muchas esperanzas.
En este contexto, el Ministerio de Trabajo diseñó planes de retorno voluntario, a los que podían acogerse quienes desearan regresar a su país. Podían capitalizar sus indemnizaciones por despido y los subsidios de paro, pero con una serie de condiciones, entre ellas no poder regresar a España por un periodo de tres años. Poco más de 4.000 personas se han acogido a esta posibilidad, aunque los inmigrantes que han perdido su empleo son cientos de miles.
Aunque la emigración forma parte de la historia de la humanidad, pocas personas dejan su país de origen para vivir en otros si no median circunstancia de necesidad económica o estímulos profesionales que lo justifiquen. El exilio, pues de un exilio se trata aunque sea voluntario, implica cambios de costumbres, dolorosas separaciones familiares y procesos de adaptación a menudo muy duros y complejos. La añoranza y el extrañamiento pasan a formar parte de la vida cotidiana del inmigrante, y esta situación es soportable cuando las necesidades económicas y la posibilidad de construir un futuro en otro país son realidad. Las remesas de dinero que los emigrantes conseguían enviar a sus familias justificaban todos los sacrificios, pero la crisis económica y el rampante desempleo que se padece en España han cambiado el panorama y han disipado muchas esperanzas.
En este contexto, el Ministerio de Trabajo diseñó planes de retorno voluntario, a los que podían acogerse quienes desearan regresar a su país. Podían capitalizar sus indemnizaciones por despido y los subsidios de paro, pero con una serie de condiciones, entre ellas no poder regresar a España por un periodo de tres años. Poco más de 4.000 personas se han acogido a esta posibilidad, aunque los inmigrantes que han perdido su empleo son cientos de miles.
1 comentari:
Des de un bon començament, la política d'immigració del ministre Corbacho s'ha caracteritzat per un discurs alarmista: retallada del reagrupament familiar, congelació de la contractació en origen, el decret de retorn, la proposta de modificació de la llei i la retallada del 30% del pressupost dedicat a integració de les persones immigrades.
Els treballadors i treballadores immigrants són víctimes de la crisi, com ho són la resta de treballadors o treballadores, i no els responsables. La immigració ha estat la resposta a un model econòmic que requeria mà d'obra intensa i precària: treballadors estrangers que han generat riquesa, amb o sense papers, que han cotitzat i que també han generat drets per a ells i per a les seves famílies.
Davant la situació actual de crisi, és el moment de fer una política responsable en matèria d'immigració, que combati tot tipus de tensió, de rebuig i de xenofòbia. No és el moment deprovocar fisures en la convivència o de crear alarmes contra la immigració.
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